jueves, 31 de mayo de 2012

TERRITORIO VILAS




Este poemario, desde su epígrafe hasta el último verso, es toda una provocación. Manuel Vilas (Barbastro, Huesca, 1962), nos lo presenta bajo el titulo de Gran Vilas. Con este libro de poemas ha conseguido el premio de poesía Ciudad de Melilla, publicado por Visor. Ya podemos vislumbrar que Manuel Vilas es libre, provocador y provocativo, y su poesía destila una vitalidad que únicamente suena a Manuel Vilas, a su originalidad a la hora de escribir. Vilas se empeña en desmontar el mundo, la política, la sociedad, la economía, con una ironía absolutas: Cómo me gusta el dinero / cómo me gustaría / ser uno de los hombres / más rico del planeta. Se debate entre cuestiones morales, siempre desde el prisma del gran Vilas, de ese personaje que unifica ficción y realidad, vida y literatura, para llegar – para llevarnos – a una verdad que debería ser incuestionable: Ser libres, al final, debería ser suficiente.



Acierta dejando atrás ciertas convenciones, tanto poéticas como sociales, y se maneja únicamente con una libertad expresiva que es, a la postre, el enérgico poder de sus versos. A veces se adentra por caminos de los que parece que no podrá salir (al menos airoso), pero siempre encuentra la senda por donde dar, una y otra vez, otra vuelta de verso, aún sabiendo que en ese recorrido puede perder algo. Su mundo es propio, podrá gustar o no, pero Manuel Vilas ha creado el universo de su otro yo, de ese gran Vilas en ocasiones desaliñado, a veces hierático, otras prisionero de la más absoluta verdad, a saber: En general, la gente se muere.
En resumen, que Manuel Vilas se enfrenta a la vida a verso descubierto, y para ello, para no caer en la tentación de frivolizar su propio mundo –poético, estético, literario-, se ayuda de ese otro Vilas, del gran Vilas que le echa una mano para salir de paseo y llegar a casa antes de que la lluvia emborrone los papeles.


miércoles, 30 de mayo de 2012

DE LA ADOLESCENCIA EN UN SÓTANO



Niccoló Ammaniti (Roma, 1966) está considerado uno de los mejores escritores italianos de su generación (este tipo de afirmaciones habría que matizarlas mucho, pero bueno...). En esta novela, Tú y yo, se adentra en el mundo de la adolescencia desde el punto de vista de la sicología de Lorenzo Cuni, su protagonista, un joven tímido, abstraído a su mundo particular que, para pasar inadvertido entre los demás, toma la determinación de mimetizarse con el grupo, de parecerse, en comportamientos y actitudes a todos cuanto le rodean. Para sacudirse la presión de sus padres, inventa una invitación a esquiar con varios compañeros de clase. En vez de eso, Lorenzo pasa esa semana en el sótano de su casa, encerrado y provisto de todo aquello que necesitará. Todo va de maravilla, según lo previsto, hasta que llega, de improviso, su hermanastra. Este hecho hará que Lorenzo se tenga que enfrentar a situaciones inesperadas, que tenga que tomar decisiones para las que piensa que no está preparado, y le llega la madurez de esa forma inesperada y brutal, haciéndose cargo de su hermanastra drogadicta.



Con un blash back inicial totalmente cinematográfico, Ammaniti nos va introduciendo en la mente de Lorenzo, para lo que le da voz propia, contándonos la historia en primera persona. De esta forma sorbemos su prosa ágil y sin concesiones, clarividente y precisa en los detalles, en esa manera bella de presentarnos la angustia de la adolescencia, sus miedos, los temores que asaltan al joven Lorenzo, su resistencia al cambio. Una narración por momentos turbadora. 


viernes, 25 de mayo de 2012

LA HABITACIÓN DEL ESCRITOR




Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), es uno de esos escritores mayúsculos, sinceros, honestos con el oficio de escribir y honesto, por encima de todo, con su propia escritura. Con su nueva entrega, Años Lentos, ha ganado el premio Tusques Editores de Novela. Un premio, dicho sea de paso, que va ganando en calidad literaria.
En esta novela se nos presentan varios velos, varios visillos que, a mi modo de ver, no ocultan, pero si intentan disimular (literariamente) la historia real. Nos podría parecer que se cuenta la historia de Julen, un joven vasco que a finales de la década de los sesenta se enrola en la incipiente ETA, en asuntos políticos que mantienen a su familia en vilo. Julen, que no es más que un joven manipulable, con mala suerte, casi un tonto al que es fácil engañar. Pero no es así. La verdadera historia es la del narrador, un niño, primo de Julen, que nos presenta el mundo a través de sus ojos, de su modo de ver las cosas. Es a través de ese niño por quien conocemos la historia de Julen, de su madre, Maripuy, enérgica, malhumorada y mandona, esclava de las convenciones sociales, de su tío Vicente (Vicentico), hombre apocado, de carácter débil, y de su prima, Mari Nieves, golfilla adolescente adicta al sexo. Todos estos personajes los son únicamente porque el niño, el narrador, los hace protagonistas.
Es pasado el tiempo cuando ese niño mantiene una relación epistolar con Fernando Aramburu, en donde va desmenuzando sus recuerdos de infancia, aquellos años (lentos) pasados en San Sebastián, con la familia de la hermana de su madre. Años desesperanzados, desalentadores, años tan lentos que parece que la memoria aún los mantiene en el presente.



La estructura de la novela alterna, de forma magistral, los recuerdos que ese adulto de ahora va epistolando a Aramburu sobre su infancia, con retazos y apuntes que el propio Aramburu hace sobre cómo, de qué forma, pretende tratar la “futura” novela, lo que nos sumerge de lleno en el mundo narrativo del escritor, en las entrañas de la misma escritura. Si pasa de la página cincuenta ya no hay marcha atrás, dice el autor en uno de esos apuntes. De esta forma, Aramburu aparece y desaparece del texto, nos da claves, pistas sobre lo narrado, nos lleva a su habitación de escritor (que casi podemos imaginar), para sacarnos luego de ella con la brusquedad de quien sabe manejar el lenguaje, del alquimista que deshilacha la historia con la maestría de un mago de las palabras. 


jueves, 24 de mayo de 2012

EL BAÚL DE IRENE




Irene Némirovsky (Kiev, 1903 – Auschwitz, 1942), tiene una capacidad ilimitada para explorar la sicología humana. Desde su impactante y, durante muchos años inédita, Suite Francesa, la autora ha demostrado su capacidad apreciativa y observadora. Ahora, de la mano nuevamente de Salamandra, nos llega Jezabel, donde retrata la vida de Gladys Eysenach, mujer de la alta sociedad cuya obsesión por mantener la eterna juventud le oculta la verdadera felicidad de la vida. Dicen que el personaje está inspirado en su madre, en la aversión que Némirovsky sentía hacia ella. La trama empieza con un juicio por asesinato contra la propia Gladys. En ese juicio, personas más o menos cercanas a la protagonista, empiezan a desenmarañar el lado oculto de esta mujer obsesiva, fría, con un latente sentido para la crueldad cuando se trata de salvaguardar su bien más preciado, a saber, su belleza, su pasión por gustar a los hombres y sentirse joven.
El repaso a la vida de Gladys Eysenach deja al descubierto personajes de gran trasfondo humano, relaciones viciadas, éticas derruidas y la visión frívola de una sociedad que viaja por Europa de fiesta en fiesta. Lo que todos se preguntan es cómo, una mujer bella y deseada como Gladys Eysenach, ha sido seducida por un joven veinteañero sin oficio, un don nadie. Esta es una de las sorpresas que nos depara la novela, y que yo, aquí y ahora, no voy a desvelar.



Estamos ante un texto de gran dramatismo narrativo, donde la meticulosa concepción de los personajes, hace que la historia transite por pasajes memorables, con una prosa  hipnótica y de una tensión trepidante. La precisión de su lenguaje, el cristalino discurrir de su escritura, nos atrapa en la perfecta red de una escritora grande, genial y ejemplar por descontado.


jueves, 17 de mayo de 2012

UNA EXTRAÑA REALIDAD




Una vez más ha sido mi gran amigo y excelente poeta, Juan José Vélez Otero, quien me ha puesto en la pista de una nueva obra maestra, Claus y Lucas, de Agota Kristof (Csikvand, Hungria, 1935 – Neuchatel, Suiza, 2011). En realidad, esta edición de El Aleph, abarca la trilogía compuesta por El Gran Cuaderno, La Prueba, y La Tercera Mentira. Si bien su lectura es un autentico placer, uno de esos ejercicios de alta literatura, su reseña me resulta difícil y complicada. De esta manera, las tres historias que se nos presentan unidas, fueron publicadas por separado y, aunque forman parte de un único cuerpo narrativo, el hilo tejedor de las tres novelas, la negación que sucesivamente se va haciendo de lo anteriormente leído, hace que su lectura continua pueda causar cierta perplejidad.
En la primera parte, El Gran Cuaderno, se nos narra la historia de dos hermanos gemelos, Claus y Lucas, con una crudeza asombrosa, con una huida sistemática de los artificios para presentarnos la historia ciñéndose a los hechos. La dureza y crueldad por las que han de pasar los hermanos están exentas de cualquier sentimentalismo, emoción, o examen moral de lo narrado. Los gemelos son un narrador único, una misma persona, una voz común que nos muestra de forma demoledora la realidad.
Con la segunda parte, La Prueba, empezamos a vislumbrar que otra realidad narrativa es posible, ya que la separación de los gemelos nos presenta la primera duda, es decir, si no estábamos realmente ante una sola persona. Claus es quien se marcha, y Lucas quien continúa la historia. Esa marcha de Claus, su paso al otro lado de la frontera, supone que, prácticamente, deje de existir como personaje real, estando únicamente presente en los recuerdos de Lucas.
La Tercera Mentira ya es de por sí una declaración de intenciones. En ella se desvela al narrador, que en principio se nos confunde. Lo que pensábamos cierto ya no lo es tanto, y todo lo narrado con anterioridad nos parece inexistente. Todo estaba escrito en un cuaderno, en el Gran Cuaderno, que ahora ya sabemos que fue una crónica de lo no ocurrido, una forma de desvío de la realidad que sólo existe en el momento en que narrar esa realidad se convierte en algo insoportable.




La intensidad de Agota Kristof late en cada página, en cada palabra, en cada gota de literatura que destila el texto. Kristof narra dentro de la narración, deja claro que posiblemente nada pueda embellecer una realidad cruel, verdadera, de ahí que al final, la invención de un gemelo, de alguien con quien compartir las miserias (si en verdad esto ha ocurrido), no sea más que una constatación de la desnudez de la desesperanza y el desarraigo.
Si ciertamente Claus y Lucas (los dos, o sólo uno de ellos, o, en realidad, ninguno de los dos), son los auténticos protagonistas, la galería de personajes que transitan la obra son una muestra de que, más allá de ese artificio literario del que continuamente huye la autora, su especial capacidad apreciativa, su absoluto dominio de las técnicas literarias, supone encontrarnos ante una de las grandes escritoras del actual panorama.
No se si he conseguido mi propósito con esta reseña. Ya dejé claro al principio que me resulta difícil y complicado, pero sólo espero que estas palabras sirvan para acercar al lector a esta verdadera joya literaria, a una autora que desgrana la realidad con un poder observador que cautiva y emociona, que trasmite la esencia de la literatura a través de una verdad que subyace en el fondo de toda su obra. 

martes, 15 de mayo de 2012

DESPERSONALIZACIÓN


Todos los que me conocen saben de mi fascinación por Sandor Marai (Kassa,1900 – San Diego,1989). Sus Diarios, estremecedores y de una humanidad absolutas; sus Confesiones de un Burgués, con ese aliento reflexivo y la certeza de una vida que tuvo momentos buenos y otros que transitaron la desgracia y la huida impuesta. Sus novelas, Divorcio en Buda, La Extraña, A la Luz de los Candelabros, La Hermana o Los Rebeldes, entre otras, son una muestra del agudo sentido de la realidad con que describe el tiempo que le tocó vivir, de su fina elegancia a la hora de retratar el mundo convulso y de sufrimientos en que se había convertido Europa. Es esta novela, Liberación, texto que ahora reedita Salamandra, la esperanza de la liberación por el ejercito ruso se mezcla con la opresiva atmósfera de un sótano donde permanecen los vecinos de un edificio a la espera de la llegada de los soldados del ejercito rojo, durante las cuatro semanas que duró el asedio a Budapest. En ese sótano, Erzsébet, después de haber escondido a su padre, se debate con el caos, con la miseria, con sus miedos, con la vaga idea, primero, de que quizá la ansiada liberación sea, en definitiva, otra forma de opresión, de degradación. Sus ilusiones se van desmoronando, su corazón va sucumbiendo a la inevitable realidad que llegará. Su encuentro con el primer soldado ruso que entra en el sótano, no hace sino confirmarle que se encuentra ante el mismo infierno, pero con otras caras, con otros uniformes y la misma insatisfacción de siempre.




La rotundidad de Marai, la esencia de su pesimismo, no es sino un crudo testimonio de una realidad y de un horror que tuvo conciencia. Una novela de una belleza asombrosa, escrita con la lucidez de un maestro, con la sencilla prosa de quien tiene en sus manos las claves de la novela, de la narración y, en definitiva, de la literatura.

martes, 8 de mayo de 2012

UN ORIGEN CIERTO





La escritura de Pierre Michon (Cards, 1945), está caracterizada por la precisión milimétrica de sus palabras, por el ritmo inusual de un riguroso lenguaje y la belleza de una realidad propia. En este caso nos vuelve a sorprender con la publicación de El origen del mundo, una novela, como es habitual en el escritor francés, breve pero intensa, de una concisión asombrosa. Arranca el relato con la llegada de un joven profesor a una cuidad de la Dordoña francesa. Lo que en principio parece un  hecho nimio, lo convierte Michon en un compendio de literatura con mayúscula, en un ejercicio de seductora poesía. Pronto se nos desvela el febril deseo que el protagonista siente por Yvonne, la mujer que atiende el estanco, y en la que el autor vuelca la lujuria  y el amor con pasajes memorables que permanecerán en la memoria del lector. Sirva como ejemplo el fragmento en que se describe la primera vez que el joven se encuentra cara a cara con la estanquera: No creo en las bellezas que se van revelando poco a poco, a poco que nos las inventemos; sólo me importan las apariciones. Ésta me puso al instante pensamientos abominables en la sangre. Decir que era un bocado soberbio es poco. Era alta y blanca, era leche.



El poder de la imaginación de Michon se nutre de su propio universo, fértil y estético, de una sensualidad evocadora que encarna, al igual que el origen del mundo, la evidencia de que una nueva forma de narrar es posible. Esa forma en que los deseos, el placer y la condición humana se desnudan sin pudor para mostrarnos el poder de la ficción o, de qué manera, la propia ficción representa la fascinante sensación de estar vivos.

lunes, 7 de mayo de 2012

UN NIÑO LLAMADO TRANSTRÖMER




No sé por qué motivo, capricho o sugestión interna, me he resistido tanto tiempo a la lectura de los textos de Tomas Tranströmer (Estocolmo 1931). Me he adentrado en Visión de la memoria, su autobiografía de infancia y juventud, un texto repleto de belleza que en algo más de sesenta páginas desbroza sus primero años, su relaciones escolares con compañeros y profesores, con sus padres y, sobre todo, consigo mismo, con sus miedos, esperanzas, e inquietudes. En este breve recorrido podemos encontrar las primeras claves de su escritura, de la búsqueda que Tranströmer ha emprendido a través de la literatura. Como si tirara de la tanza invisible de la memoria, el autor sueco pesca en sus recuerdos con la meticulosidad de la clarividencia, con la paciencia de un alquimista que reconoce en su hacer la verdad inquebrantable de su propia vida. Una autobiografía lírica y poética, una evocadora sugestión de los descubrimientos que van conformando sus pasiones: los museos, la antropología o la música.




Un texto lleno de lucidez y ética reflexión; un libro que, como el silencio meditativo de los grandes autores, va llenando el espacio con la experiencia y la fuerza del lenguaje, con una elegancia que se convierte en esencial, que trasciende de las hojas con el murmullo de quien razona su propia vida y lo hace por el escenario de la realidad. Una obra, en definitiva, personal, que no huye de cierto conflicto interior, sino que, bien al contrario, lo desmenuza con la lucidez del maestro.
Con toda probabilidad sea el propio escritor quien mejor defina su obra: "Dentro de mí llevo mis rostros anteriores, como un árbol lleva los anillos de la edad. Es la suma de ellos lo que es yo"


viernes, 4 de mayo de 2012

EN UN LUGAR DEL CARIBE



Amor, sexo, amistad, reencuentros (con uno mismo), pasado y memoria... todo ello enmarcado en un hotel donde se experimenta con el turismo del “miedo” o extremo, y dos asesinatos. Esto es lo que podemos encontrar en Arrecife, la nueva novela de Juan Villoro (Ciudad de México 1956).
El Hotel La Pirámide sobrevive imperturbable en una decadente costa tropical. En un universo, creado magistralmente por Villoro, nos topamos con el protagonista, Tony Góngora, que crea sonidos con el movimiento de los peces, con el director del hotel, Mario Müller, un viejo cantante de Heavy Metal y amigo del primero, con una monitora de artes marciales y yoga, con el “gringo” Petersen, el buceador Ginger, o el agente de seguridad Leopoldo Támez. Una soberbia galería de personajes que Villoro maneja a la perfección. Entre estas claves se desarrolla la acción. La amistad entre Mario y Tony centra buena parte de la novela, y cómo el primero le va regenerando al amigo una memoria herida por las drogas y los excesos de los turbulentos años sesenta.



Con los tintes de la novela negra, no renuncia Villoro a explorar las relaciones entre los seres humanos, con una prosa profunda y bella, siempre manteniendo la tensión y un argumento que va creciendo con la lectura. Cuando parece que la trama se desenrolla, que se desmadeja en soluciones improbables (que Villoro hace ciertas y efectivas), aparece una niña, un hogar para mujeres maltratadas, y un viaje hacia la liberación personal y ética. Un nuevo giro narrativo que llena de pulsión las últimas páginas del libro, repleta de imágenes evocadoras, de visiones contrapuestas y un sentido de la realidad que se ficciona dentro de la propia ficción.
Y una vez que hemos cerrado el libro, nos queda la honda sensación de que debemos leerlo otra vez, puesto que estamos ante la certeza de que el texto tiene múltiples y variadas lecturas.