En este caso, el orden de los factores sí altera el
producto, es decir, la lectura. Después de tres libros de Antonio Tabucchi
(Vecchiano 1943 – Lisboa 2012), decidí dejarlo. No me gustaron, incluso alguno,
recuerdo vagamente Tristano Muere, llegó a aburrirme. Yo sabía de la existencia
de Sostiene Pereira, incluso algún amigo me instó a que dejara a un lado mis
reticencias con el autor y me decidiera a leerlo. Pero ya se sabe, se van
postergando las cosas, se adelantan libros en la carrera de la lectura, y al
final uno se da cuenta que siempre algo queda pendiente.
Pues bien. En
una grata tarde (la de anteayer) he acabado con Sostiene Pereira. De la larga
espera hasta su lectura sólo me queda el reproche personal e íntimo y, de la
lectura con retraso de esta obra maestra, sólo me queda la felicitación
(también personal e íntima), por haber postergado algunos meses esa misma
lectura, ya que, de otro modo, esa tarde de anteayer se hubiera diluido hace
tiempo entre otras lecturas.
Poco puedo yo
decir a todo lo bueno que ya se ha dicho sobre Sostiene Pereira. Que es una
obra maestra, un clásico, que Pereira es uno de los personajes mejor creados de
la literatura europea del último siglo, y todas esas afirmaciones que se
escriben en el fragor de las reseñas. En todo estoy más o menos de acuerdo.
Pero por encima de todo está Pereira, su inagotable virtud como personaje, el
crecimiento personal y ético que va teniendo en la novela, el enmascaramiento
que el mismo Pereira (Tabucchi) va planteando, para luego, con una prosa tan
elegante como mordaz, tan feroz como irónica, se nos vaya mostrando en toda su
plenitud, en toda la extensión de la palabra literatura.
Quien esto
escribe recomienda, en contra de sus costumbres, la lectura de este bellísimo
texto, aun cuando nunca lo haya hecho antes ni lo haga después, sostiene.