miércoles, 12 de septiembre de 2012

DIGNIDAD




Gonzalo Hidalgo Bayal (Higuera de Albalat, Cáceres, 1950) siempre me deja con ganas de más. De más literatura grande, de su narrar sostenido e intenso, porque Hidalgo Bayal es uno de los autores que mejor escriben en este país. En Campo de Amapolas Blancas, echa mano de la memoria, con esa forma prodigiosa y letal que tiene de presentarnos las historias, el tiempo, los cines y los viajes, los amores iniciaticos, en fin, la vida misma, bajo su prisma particular y estético.
La narración nos traslada a los años sesenta y a su relación con H (letra muda), del que no sabemos su nombre y, por eso mismo, es la focalización literaria de todos los descubrimientos juveniles, de las ansias infinitas de libertad. El tiempo los distancia, los aleja como a dos gotas de lluvia que cayeran en países diferentes, tan similares en su lejanía, en ese París bullicioso y efervescente que los dos descubren con la nostalgia de saberlo efímero. Un paseo, una silueta avejentada y triste, encorvada por los años y las desgracias, es el punto de donde parte el resorte que activa la memoria.



No hay en su escritura autocomplacencia ni idealización (ni de la juventud, ni de la libertad o liberación), no se deja llevar por el caudal inmenso de los recuerdos, ni cae en falsos artificios novelísticos. Es, por el contrario, la contención de su decir, la meticulosa precisión de sus palabras, lo que atrapa, lo que nos deja ante el bullir de lo que cuenta como una necesidad de seguir los pasos de tanta exactitud literaria.
Hace bien Hidalgo Bayal en seguir siendo un escritor independiente (ya saben a lo que me refiero), justo y apasionado, con una enorme dignidad hacia su propia literatura. Está en lado más limpio de las letras, en el lugar desde donde escribe quien sabe que esto de la literatura no es un juego. 


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